El curador herido

«Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo; cuando los dioses vivían sobre la tierra, aconteció una vez, bajo el velo oscuro de la noche, o tal vez dentro de cierta cueva en alguna de las montañas sagradas; que encontrábanse unidos en ilícito amor, el majestuoso Saturno y la hermosa ninfa Filira.

Entregados como estaban a las delicias del amor no advirtieron ni por un momento que estaban siendo observados, nada más ni nada menos que por Rea, la indignada esposa de Saturno. La encolerizada Diosa pronto dio cuenta de su presencia blandiendo un enorme palo y maldiciendo a los protagonistas de semejante engaño. Inmediatamente el Dios se sintió acorralado y velozmente se transformó en un caballo con alas y salió volando. Filira avergonzada y culposa, rogó perdón a la ultrajada Rea, pero esta la abandono tristemente con una oscura maldición.
Al cabo de nueve meses los dolores de parto anunciaron que el fruto de aquélla unión, estaba por llegar. La misma Filira atendió su propio parto. Horrenda fue su sorpresa cuando descubrió a la criatura que acababa de dar a luz. Era un centauro, un ser doble, mitad hombre y mitad caballo. Lo llamo Quirón, y maldijo su destino monstruoso. Asustada y avergonzada rogó a los dioses que la liberarán de tener que criar a semejante criatura, inmediatamente apareció la diosa Hera, que era la diosa de los recién nacidos, y tomó a Quirón bajo su cuidado para criarlo y educarlo en el Olimpo. Antes de partir, castigo a Filira transformándola en un limonero. Dicen algunos, que esa fue la primera vez que existió en el mundo un árbol de tal especie. Y dicen también que sus frutos, los limones, tienen el sabor amargo del rechazo materno.
Lo cierto es que Quirón se crío sano y fuerte en el Olimpo, aprendiendo las artes de la guerra y de la curación. Llegó a ser conocido como un gran sabio y maestro y él mismo tomó bajo su cuidado la educación de héroes y dioses.
Una tarde, uno de sus antiguos discípulos, Heracles, volvía de cumplir con uno de los trabajos que le había impuesto la diosa Hera, la peligrosa tarea de matar a la Hidra, aquel monstruo serpentino de mil cabezas que podía matar con su solo aliento, y aprovecho para visitar a su antiguo maestro. Llevaba entre sus cosas un cajal repleto de flechas envenenadas con el veneno de la Hidra. Por accidente, Quirón piso el cajal y sin querer se clavó una de las flechas en una de sus patas de caballo.
El veneno serpentino era mortal, pero Quirón al ser un Centauro no podía morir, así que el resultado fue una profunda, dolorosa e invalidante herida que no podría ser sanada. Inmediatamente Quirón se retiró a su cueva aullando de dolor, y en lo sucesivo evitó toda presencia, mientras dedicaba cada minuto de su existencia a entender y mitigar el dolor de su herida.
Ensayo durante años con todas las hierbas y sales minerales que conocía, pero por más que lo intentaba nada mejoraba su angustiosa situación. Pasaron días, semanas, meses y años pero la angustia del dolorido Centauro no cesaba. Cada tanto su herida parecía menguar pero luego, una vez más, una recaída.
Tal vez hayan sido los años, la soledad o quién sabe, el exacto dosaje de los remedios naturales que probaba, o tal vez todo eso junto, pero lo cierto es que algo comenzó a cambiar en Quirón. Algo en su interior se iba volviendo cada vez más compasivo, pudo al principio por tan solo un momento, fijar su atención y su mirada sobre otras cosas, y descubrió así que estaba rodeado de otros, a quienes la naturaleza de su dolor había impedido ver. Y observó que también en el mundo había gran cantidad de dolor. No estaba solo en su sufrimiento.
Y cayó en la cuenta que al igual que él, todo el mundo estaba herido, a veces sus laceraciones eran obvias para todos, otras eran ocultadas y vividas con rechazo y vergüenza, las más de las veces sus heridas eran tan antiguas que se habían criado y acostumbrado a ellas. No todas eran tan graves como parecían, después de todo, tantos años encerrado, buscando, lo habían transformado en todo un experto acerca de los extraños vericuetos del dolor. Y tuvo un impulso, brusco y repentino, y de un salto emergió de su cueva y comenzó a compartir con todo el mundo lo que había aprendido.
Por primera vez en años experimento la increíble sensación de satisfacción y significado al ver recobrar la salud a la mayoría. Luego de unos, vinieron otros, y otros después de esos. Mientras más compartía y sanaba, mejor se sentía.
Cuentan que al final, pidió al poderoso Zeus permiso para intercambiarse por Prometeo que estaba atado a una roca en el Cáucaso por haber robado el fuego sagrado de los dioses. Tanto Prometeo como el mismísimo Zeus se compadecieron de él y le permitieron el favor de la muerte, alcanzando finalmente la paz, como un hombre, aquel quien había sido un majestuoso Dios”.
Al igual que el mítico Quirón, cada uno de nosotros los seres humanos, llevamos profundamente arraigadas heridas antiguas, a veces fácilmente reconocibles, otras muy bien disimuladas y ocultas, pero lo cierto es que ahí están y desde su lugar condicionan esferas enteras de nuestra vida. Para muchos de nosotros, estas heridas y sus consecuencias pueden ser fácilmente ubicables en nuestra propia biografía (el fallecimiento de uno de los padres en la niñez, un divorcio, una enfermedad grave, profundas carencias, un accidente, patologías familiares, y un largo etcétera) para otros las razones que causaron sus heridas son desconocidas e inconscientes pero lo cierto es que ahí están.
La herida Quironiana puede adquirir distintas manifestaciones, muchas de ellas muy dolorosas para el propio individuo y las personas que lo rodean. Entre sus manifestaciones físicas pueden contarse la invalidez, la enfermedad incurable, la mutilación, que nos recuerdan lo tremendamente trágico, incivilizado y ciego que puede ser el destino. En lo psicológico, por lo general, no faltan toda clase de mecanismos de negación, proyección y compensación que anuncian con bombos y platillos la presencia de una supurante herida, que expresan una profunda rabia, un dolor hondamente arraigado, una sensación de inadecuación para afrontar los desafíos humanos adultos y la fatal convicción que nada va a cambiar en este aspecto de la vida.
Sea cual fuere la manifestación de la herida Quironiana, es muy común por lo general culpabilizar a otros de la naturaleza de nuestros padecimientos y dándole salida a nuestro niño interior colérico de la infancia, hacer blanco sobre los padres, los maestros, ex parejas y hasta sobre Dios mismo. Pero aunque esta sea una etapa necesaria en todo proceso terapéutico, sería absurdo y hasta nocivo quedarse en ese estadio. Después de todo somos nosotros los que debemos responsabilizarnos del actual estado de las cosas, más allá de los supuestos daños recibidos. Si, aunque nos revelemos ante eso, a veces la vida puede ser injusta.
Desde la astronomía se considera al planeta Quirón como no originario de la formación de nuestro sistema solar, sino más bien un cuerpo celeste que viajando por el universo se quedó “atrapado” en nuestro sistema, y muy probablemente en un futuro lejano se marche como ha venido. Esta es la razón por la cual no se elaboran efemérides del planeta a futuro a más de 5000 años. Desde la perspectiva simbólica Quirón se mueve entre las orbitas de Saturno y Urano, entre las esferas de lo personal, simbolizados por los planetas interiores hasta Saturno y la esfera de lo colectivo simbolizados por los planetas exteriores (Urano, Neptuno y Plutón). Representa pues, una corriente del instinto que busca emerger a la conciencia, el tira y afloja entre la evolución consciente y su inercia. Esta antigua batalla ha generado a través de nuestra historia una gran cantidad de dolor y sufrimiento que pasando a través de las generaciones, hace eclosión en la psiquis individual en forma de herida incurable.
En Astrología, el Sol representa la voluntad de vivir, de expresar nuestro aporte único y valioso y el significado que de esto emerge en la psiquis individual. Por su parte Quirón, representa el impacto de los factores colectivos sobre el individuo, provocando la “incurable” herida. Entre ambos planetas existe una ineludible polaridad, estén o no en aspecto entre sí en la carta natal. Todos tenemos a Quirón en la carta y debemos vérnosla con la naturaleza de nuestra propia herida; es justo recordar que el Dios Apolo, el Dios del Sol, símbolo de la luz de la conciencia, era el único que tenía el poder de destruir maldiciones familiares y colectivas. Para los que tengan esta polaridad acentuada con un aspecto, vuestro interés por la herida y su curación se transformaran en factores claves de vuestra viaje vital, como son ejemplo una enorme cantidad de los mejores psicólogos, terapeutas florales y en general curadores de todo el mundo.
El ciclo de Quirón es de unos 50 años, es decir que en el término de una vida promedio, tenemos oportunidad de experimentar a Quirón en todos los puntos de la carta natal hasta su retorno, momento especialmente importante, en el que solemos tener una gran oportunidad de reelaborar nuestro lado quironiano.
La carta natal puede ser una extraordinaria fuente de información para cartografiar la geografía de la psiquis, observando la posición de Quirón en la carta (en que signo esta, en que casa, que aspectos hace con otros planetas y puntos importantes de la carta), podremos comenzar a acercarnos conscientemente a nuestros aspectos más heridos y perjudicados. Seguramente este proceso no estará exento de dolor, como el de Quirón cuando se encerró en su cueva. Pero después de todo, es una parte de la propia naturaleza que clama por ser atendida.
Lo más probable es que las “medicinas” aplicadas no curen del todo la herida, pero lentamente algo va cambiando en nosotros y más pronto o más tarde tenemos la oportunidad de salir de la autocompasión y pasar a la sabia y serena aceptación de lo que no se puede cambiar. Desarrollamos el valor, la firmeza, y la profunda sensación de ser especiales sin olvidar las limitaciones del nuestra imperfecta humanidad. Y hasta tal vez podamos hacer nuestro valiosísimo aporte para sanar, aunque sea en parte, el dolor que hay en el mundo.
Tal vez sería útil recordar la oración con que se cierra cada reunión de Alcohólicos Anónimos, institución obviamente quironiana:
“Señor, Concédeme la SERENIDAD para aceptar las cosas que no puedo cambiar, VALOR para cambiar aquellas que puedo, y SABIDURIA para reconocer la diferencia”

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