El rapto de Perséfone

Hace mucho tiempo, en un bosque encantado, vivía Perséfone, la Diosa virgen de la primavera. Moraba con su madre Demeter, la Diosa de las cosechas, en perfecta unión y armonía. Deméter sabia que varios Dioses ansiaban mantener amoríos con su hija, y celosamente la protegía de todos. No obstante, de entre todos los que la deseaban, Hades, el Dios del mundo subterráneo y de los muertos era el mas empeñado.

Una vez, Hades se presentó ante Zeus, el Dios de los Dioses y le revelo su deseo de casarse con ella. Zeus que no quería ofender a su hermano mayor con una negativa, pero sabiendo que Deméter no aceptaría mandar a su hija al mundo subterráneo, prefirió no dar ni su aprobación, ni su negativa. Alentado por esta respuesta, Hades, sembró en secreto, en el bosque un hermoso narciso.
Una mañana, Perséfone salió sola por el bosque a pasear y a coger flores, cuando de pronto vio ese maravilloso narciso y encantada con su hermosura lo arrancó. En ese preciso momento la tierra que tenía bajo sus pies se abrió y al tiempo que oía un fuerte ruido de cascos, vio aparecer un carro tirado por caballos negros, era Hades.
La Diosa virgen fue secuestrada y conducida al mundo subterráneo.
Deméter comenzó a buscar a su hija con desesperación y amargura, la busco durante nueve días con sus noches, por toda la faz de la tierra, sin probar bocado ni beber una gota de agua. Hécate, una vieja hechicera, le dio la pista, al contarle que escuchó a Perséfone aquella mañana gritar: Secuestro!!! Y cuando llegó a auxiliarla, había desaparecido. Luego otros pastores aportaron la descripción del carruaje de Hades.
Deméter entonces juró no volver más al Olimpo y hacer recaer sobre toda la Tierra una terrible maldición, hasta que le devolvieran a su hija. Había jurado que toda la vida se retiraría de la naturaleza, de los campos, de los árboles, de las plantas… y así el mundo agonizaría de hambre. En ese momento Zeus, se vio obligado a intervenir y arregló una reunión entre Demeter, Hades y él mismo, advirtiéndole a Deméter que le devolverían a su hija, sólo si ella no hubiera comido alimento alguno del mundo subterráneo. Perséfone, que había rechazado todo alimento desde su rapto, justo antes de la reunión con su madre, había probado inconscientemente una granada del árbol que hay en el mundo subterráneo, quedando, sin saberlo, sellada su suerte.
Cuando Deméter se enteró de lo de la granada, se entristeció aún más, negándose a retirar su maldición; todos los dioses olímpicos le suplicaron que aplacara su cólera y hasta su propia madre, Rea le rogó. Al final llegaron a un acuerdo, Perséfone pasaría medio año en el mundo subterráneo, como la esposa de Hades y la Reina de los muertos, y otro medio en la tierra, con su madre. Algo había cambiado en ella para siempre, ahora era esposa, madre y la Reina de los muertos y a la vez seguía siendo la diosa virgen de la primavera.
Así como Perséfone, en muchas ocasiones a lo largo de la vida, nos encontramos con momentos de profundo cambio y transformación. Donde todo lo que creíamos poseer y ser se ve abruptamente modificado. Las circunstancias pueden ser por completo diferentes; en algunos casos, una separación de pareja, la pérdida de un ser querido, una enfermedad física o psíquica que pone en jaque toda nuestra vida. La entrada al mundo subterráneo puede adquirir distintas formas para cada persona. Pero en todos los casos se la percibe como un momento de mucha angustia e incertidumbre. Lo viejo aún no ha muerto y lo nuevo aún no puede nacer.
En su descenso, la Diosa de la naturaleza se vio despojada de todo lo que creía poseer de valioso, su bien amada virginidad, como símbolo de inocencia y de cierta ingenuidad en su mirada ante el mundo. En tales momentos de la vida aparece la sensación de perder aquello a lo que más estamos apegados. Al igual que Perséfone, sentimos que algo se ha introducido sin nuestro permiso en nuestra vida, cambiándolo todo para siempre. La ira, la cólera, el resentimiento, y los deseos de venganza pueden hacerse presentes, decorando nuestra psiquis ante tales momentos de transformación. Es entonces cuando debemos conectarnos conscientemente con estas emociones, generalmente consideradas destructivas, que les demos un lugar de expresión y de contención. Deméter, desesperada solo obtenía algo de alivio al ser escuchada en su angustia por la vieja Hécate aunque nadie pudiera ayudarla. Al igual que a la diosa, nada parece consolarnos en nuestra pena y a no ser que este sentimiento sea expresado y de alguna manera contenido, la cólera ciega y la destructividad se apoderan de nosotros, convirtiendo nuestro mundo en el seco y desolado mundo de la maldición de Deméter. Este es el particular descenso a nuestro propio mundo subterráneo.
Como Perséfone no imaginamos un mundo fuera de nuestra seguridad ya conseguida y caducada, tememos a lo que tal vez, nos vallamos a convertir y nos rehusamos a aceptar la pérdida y el cambio. Al igual que ella podemos negarnos a tomar los alimentos nuevos que se nos ofrecen, tercamente obsesionados con el regreso a esa armonía estática, a ese jardín del Edén del que sentimos, nos han expulsado.
En astrología, el planeta Plutón representa este factor dinámico de transformación, es nuestro particular “violador”, el que nos recuerda lo cíclico de la experiencia. Es también la fuerza instintiva de la supervivencia; a pesar de todo y de todos la vida ha de ser protegida, cuidada y renovada, nos dice Plutón. Este planeta nos sumerge en lo más profundo de nuestro mundo emocional, poniéndonos cara a cara con nuestra parte más instintiva y visceral. De esta manera, propicia la eliminación de antiguas pautas de conducta emocional y por fin somos concientes de aquellos conflictos que nos afligen desde siempre, renovándonos, eliminando, por así decirlo, toda la basura psíquica y emocional que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida y haciéndonos descubrir en nosotros capacidades que ni siquiera sospechábamos que teníamos.
Los tránsitos y progresiones del planeta Plutón sobre puntos importantes de la carta natal, marcan esos momentos de descenso a nuestro propio mundo subterráneo.
En astrología, la Luna representa nuestra sintonía básica con la vida misma. Perséfone es una de las caras de la triple Diosa Lunar. En su faceta de ninfa, esta inextricablemente unida al mundo primitivo de la fertilidad de la tierra, a la vida instintiva y emocional. Hécate es otro de los rostros de la Luna en su forma de anciana sabia. Es la que escucha y contiene, es la portadora del conocimiento del ciclo de la vida, única que puede consolar a Demeter. También en nosotros existe esta dimensión Lunar, capaz de darnos su sabiduría en los peores momentos.
Para los griegos, Hades era llamado Plutón, que significa «el rico» ya que poseía todas las riquezas enterradas en la tierra, era el dueño de todas ellas aunque no utilizara ninguna. Era adorado como el Dios de los muertos y el mundo subterráneo y las entradas a su reino estaban en las fisuras de la tierra y en los volcanes.
Más tarde o más pronto (y los tránsitos de Plutón son de los más lentos), con mayor o menor grado de dolor, la vida se regenera en nuestros corazones, aprendemos a valernos muchísimo más por nosotros mismos, a cuidar y respetar los momentos de la vida como únicos instantes dentro de un universo en continuo cambio. Nuestra vida psíquica y espiritual se ve profundamente enriquecida y profundizada, y ya no nos imaginamos a nosotros mismos sin los regalos de profundo autoconocimiento y creativa fertilidad que hemos traído de nuestra visita al mundo subterráneo.
En lo personal, tras una gran y dolorosa transformación, la vida me encontró reflexionando sobre estos temas, en una noche oscura, en una carretera a los pies de un majestuoso volcán; de pronto observe a la luna que estaba junto al volcán, a la misma altura. El Señor y la Señora del mundo subterráneo parecían saludarme. Junto a un amigo, en aquel automóvil, de pronto me di cuenta que yo también había comido ya mi propia granada.

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